Todo se hace tan extraño y tan banal alrededor cuando llegas a este punto de la vida. Es entonces cuando te das cuenta que aquello que leí una vez en la pequeña placa, que identificaba aquel cuadro de Valdés Leal en el Hospital de la Caridad, cobraba sentido pleno -?In ictu oculi?- . En un abrir y cerrar de ojos la vida había pasado por mí como una sombra tenue que desaparece rápida como el pensamiento. Y temí dormir y no despertar, y temí el vacío del no ser y no estar, y quería arañar las arenas del reloj del tiempo y aferrarme a la luz del día, de la esperanza, de la vida. Yo que amaba tanto ver el atardecer en la playa, contemplar, rodeado de paz y quietud, cómo en sus últimos momentos el sol se entregaba resignado al abrazo del mar infinito en el horizonte, dejando en el cielo una mezcla de luto, rescoldo y violácea mortaja. Ahora sería el sol testigo de mi ocaso y mis resecas pupilas ya no podrán retener más el recuerdo y la imagen de tanta belleza que se perderá en inmensa nimiedad de la nada de un triste rincón cósmico donde mis carnes mutarán en polvo y miseria, y mis huesos crepitarán hasta quebrarse en mil pedazos por el eterno frío.