A lo largo de mi vida y mis viajes puedo asegurar haber visto muchos trápalas que llegaban a ser desagradables en su verborrea, pícaros de pocas leguas andar más caminos del alguacil que de la fortuna y trovadores de historias fantásticas y halagos a damas de enlutado relicario con menos hidalguía que un perro flaco. Pero de entre todos, Don Pedro María de Vernaldez-Suero y Montijo, marqués de las quesadillas, duque del pan recio y señor de ensombrecidas lindes, o como a él le llamábamos después de unos vasos, Perico el Montijano, era el más endiabladamente agudo narrador de falsarias tal que pareciera haber sido aprendiz del mismísimo cornudo monarca del abismo.