Viajar a la deriva es la única manera que encuentro coherente de viajar. Mi barco no conoce otra. Sé que si sometiera a mi querida nave a los mapas cartografiados por los maestros que hoy en día nos han de decir cuál es la ruta correcta, toda la nave crujiría como si fuera una nube negra que trajera galerna. No es fácil navegar contracorriente, pero qué mérito tiene navegar a favor.