Se me quedó grabado lo que dijo aquel medievalista insigne sobre la Historia general moderna de Jaime Vicéns Vives: el historiador catalán había hecho esa concesión a la conveniencia económica, la de ganar unas pesetas, y no por otra cosa se le había ocurrido escribir una síntesis como aquélla, la que acabo de mencionar. El medievalista elogiaba los estudios del catalán sobre los payeses de remensa y acerca de los Trastámara aragoneses, y cuál había sido la influencia de Vicéns en el conocimiento de la historia de España, y hete aquí que, por recorrer exhaustivamente la trayectoria vicensiana, tropezaba con un obstáculo insalvable, enojoso: el de justificar que, a todo esto, al historiador elogiado se le hubiera ocurrido redactar una síntesis, y nada menos que de la humanidad, y a lo largo de cinco siglos, entre el XVI y el XX. Esta visión de las visiones generales ha sido muy común en el mundo académico español durante años. Recuerdo bien los juicios condenatorios, demasiado acerados, a que nos librábamos los jóvenes historiadores de los años sesenta al aludir al cambio de rumbo que se percibía en la obra de los maestros cuando pasaban de meritorios doctores a sabios catedráticos. Dejaban de investigar, decíamos, y se dedicaban al vil oficio de hacer síntesis, si es que hacían algo. La verdad es que me sorprende a mí mismo hacer esta confesión; porque precisamente el que la hace se dedicó desde el principio a escribir síntesis, y no tan sólo por metal, vil pero necesario, sino por convicción de que valía la pena el esfuerzo, culturalmente hablando.
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