Un cerro es un estado independiente. No importa lo alto que sea, lo importante es que es un cerro y sólo hay tres opciones: subirlo, bajarlo o estar sobre él. Quienes viven en tierras de cerros saben que bajar implica subir, o haber subido, y que al mirar desde lo alto, nuestra cima es la única real, el mirador privilegiado del mundo. Pero no es posible permanecer ahí, toca bajar, a menudo por un camino totalmente diferente del que subimos. Y luego subir, hacia otro cerro que ni siquiera elegimos. La gente de los cerros sabe que la distancia en línea recta es una ficción matemática y que el llano es siempre una falta de perspectiva más amplia. Estos mundos de inclinaciones y cimas efímeras adoptan nombres y personalidad. A mí me tocó vivir en el Cerro de los Locos, el único del que, por razones obvias, uno no sale nunca. El único que tiene vecinos que nunca han vivido en él, como tú.
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